28/8/15

BARBAS, TICS Y CALCETINES

Este cuarto huele a canciones
que se escuchan por las mañanas.
Está infestado de olores en los calcetines
que tienen un poco de ti
y un poco de detergente.
Abro la ventana y sigue oliendo
a personas obesas que huelen a Nenuco.
-da igual, tus manos siempre huelen a tormenta-

[Querría tener un antojo,
una mancha con tu olor en mi piel
y que sólo pudiera olerse cuando hay lluvia.]

Qué fácil era restregarme por tu barba
como si fuera un gato,
que me regañaras por marcarme una equis en la piel
-porque había sido el festín de los mosquitos
la noche anterior-
«Te harás daño», me reprimías.
Qué fácil era hacer de mis delitos souvenirs
y regalártelos
-y más fácil era regalarme el daño-

Este cuarto
huele ya a agua reseca,
a ceniza descompuesta
muerta en el retrete.

Y en medio de este pasillo
lleno de camas abandonadas,
-de sábanas que son piel-
me sigues oliendo a tarde en la sierra
infestada de truenos que buscan decapitarme
y que no se van a conformar con hacernos lodo.
-Mejor. Será mejor volvernos agua. Hacernos líquido-
Qué fácil era
controlar tus tics
y ponerlos en el congelador.
«Ahí se enfriarán y se quedarán tiesos»
-para que no se movieran más-
Y hacer de las tardes
una funda en el sofá.
Pero me sigues oliendo a nube desecha, a media luna
-porque la otra media no quiere salir-

Querer que me gusten otras personas por tu olor
es una escalera inclinada con peldaños diminutos
-interminables-
Y tú sigues desprendiéndote
a lo lejos…
Desechando olores, sin quererlo, en el baño de algún bar
-o en alguna habitación perdida de Madrid-
Qué fácil sería no ser nariz, Quevedo.

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