Un
ruido monótono pero ensordecedor me levantó a las siete de la mañana. Es miércoles
22 de julio del año 2070. “Arriba. Arriba. Debe levantarse. Arriba” Otro
pitido. “Le queda un año, siete meses, dos semanas y tres días de vida”. La voz
de mi despertador a quien yo llamaba Rencor, me hacía levantar con optimismo y
felicidad cada nuevo día, sin ninguna gana de aplastar a ese incordio de robot
vomitivo e inaguantable.
Tengo
cuarenta y ocho años y trabajo como programador para una empresa de telecomunicaciones
a las afueras de la ciudad. Vivo cerca del centro y mi única compañía es un
gato gris con ojos amarillentos llamado Krevel que el gobierno me asignó hace más o menos de diez años por no
tener familia.