Un
ruido monótono pero ensordecedor me levantó a las siete de la mañana. Es miércoles
22 de julio del año 2070. “Arriba. Arriba. Debe levantarse. Arriba” Otro
pitido. “Le queda un año, siete meses, dos semanas y tres días de vida”. La voz
de mi despertador a quien yo llamaba Rencor, me hacía levantar con optimismo y
felicidad cada nuevo día, sin ninguna gana de aplastar a ese incordio de robot
vomitivo e inaguantable.
Tengo
cuarenta y ocho años y trabajo como programador para una empresa de telecomunicaciones
a las afueras de la ciudad. Vivo cerca del centro y mi única compañía es un
gato gris con ojos amarillentos llamado Krevel que el gobierno me asignó hace más o menos de diez años por no
tener familia.
Me
doy la primera ducha del día para vestirme con el uniforme destinado a los varones
de entre cuarenta y cinco y cincuenta años impuesto desde hace más de medio
siglo en todo el mundo.
Dicho
uniforme es para distinguir las franjas de edad y saber cuánto tiempo te queda
de vida. El mío es un traje de chaqueta gris con una franja lateral amarilla en
los pantalones y en la americana, con una corbata del mismo color y una camisa
de un idéntico tono gris que el traje.
Los
intervalos de edad se comienzan a dividir a partir de los treinta años: de
treinta a treinta y cinco años, de treinta y cinco a cuarenta años, de cuarenta a cuarenta y
cinco y de cuarenta y cinco a cincuenta
años para los hombres. Las mujeres tienen un lustro más de vida puesto que las
mujeres empiezan a trabajar antes que los hombres y se les dedica cinco años
más de vida como recompensa.
Debido
a la superpoblación que sufrió el planeta hace ochenta años aproximadamente, la
UMIH (Unión Mundial para el Interés Humano) decidió promulgar una ley
internacional en la que se daría muerte a los varones a la edad de cincuenta
años y a las mujeres a la edad de cincuenta y cinco llevándose consigo, si las
tuvieran, a sus mascotas.
Cuando
tenía veintidós años, el mismo día que mi padre cumplía cincuenta, aparecieron
en casa dos guardias con una máscara blanca para no ser identificados, y bien
armados por si la víctima se oponía a irse. Vestían túnicas negras en cuyo
centro se hallaba bordada una mano en señal de stop, símbolo del gobierno
internacional.
Mi
madre lloraba y les suplicaba que no lo hicieran. Mi padre se dejó arrastrar
por sus verdugos pero consiguió abrazarme un último instante para decirme “Adiós
hijo. Cuida mucho de tu madre. Te quiero”. Y enseguida me desvanecí porque era
la primera vez que mi padre se confesaba tan profundamente ante mí. Le miré con
los ojos vidriosos mientras él se difuminaba como una nube de humo. Lo último
que recuerdo es estar abrazado a mi madre en la entrada de casa a oscuras. Cinco
años después hicieron lo mismo con ella.
Nunca
he estado con ninguna mujer, aunque he sentido la tentación de conocerlas y
saber cómo me sentiría, si es que sentiría algo. Nunca he estado con ninguna
mujer porque el gobierno otorgaba una subvención a los varones vírgenes y/o
solteros en edad fértil. En algún momento de mi vida preferí mi carrera
profesional y el dinero a cualquier mujer y más cuando presencié el dolor que
casi mata a mi madre después de que se llevaran a mi padre.
Además,
pagaban más en aquellos puestos de trabajo donde sólo había varones para evitar
conocer a mujeres (y viceversa) y no contribuir a la superpoblación mundial
teniendo hijos.
Era
la empresa misma la que te buscaba un apartamento en un barrio formado
íntegramente por varones o por mujeres según se diera el caso.
Por
lo que contaban los libros de Historia, ahora había más parejas homosexuales
que en toda la historia de la humanidad. Antes, por lo visto, estaban
discriminados prohibiéndoles contraer matrimonio o adoptar hijos. Se dieron
casos de gente a la que despidieron de su trabajo porque les gustaban personas
de su mismo sexo.
Ahora,
casi cien años después, todo se había ido al extremo opuesto. Estaba peor visto
ser heterosexual porque eso implicaba que en algún momento podrías tener hijos.
Nunca
he querido estar con nadie hasta hace unos días...
Krevel,
a quien me obligaron a castrar, se escapó del barrio en el que vivía, por ir
detrás de un ratón. Tras justificar a los guardias de mi zona de residencia,
por qué tenía que salir, fui detrás de ese mequetrefe felino dispuesto a
dejarle sin su postre favorito de palomas enlatadas durante una semana.
-¡Uy!
¿Y este gatito tan bonito? ¿Estás perdido pequeño? ¿Te vienes conmigo? -quien
hablaba con mi mascota era una chica vestida con el uniforme destinado a la
franja de edad de entre cuarenta y cinco y cincuenta años. Una falda verde con
una chaqueta del mismo color y una raya negra lateral en ambas partes del
uniforme que hacía juego con la camisa que llevaba puesta.
Se
había hecho una coleta alta que la hacía parecer un lustro más joven.
Me
paré en seco sin saber qué decir. Aparte de mi madre, era la primera mujer con
la que podría tener un contacto cercano.
-Eh...
eh... es...
Ella
se giró y me miró con los ojos muy abiertos y la boca entrecerrada esperando a
que dijera o empezara a decir algo concreto.
Al
final, ella decidió dar el primer paso verbal.
-¿Es
tuyo este gato? –me miraba como si yo fuera un niño pequeño.
-Sí,
sí. Se me ha escapado el muy rebelde. Se ha ido detrás de un ratón y le ha
podido la curiosidad.
-Es
precioso. ¿Cómo se llama?
-Krevel.
-Es
un nombre realmente atípico.
-No
lo sé. Se lo puse porque un día soñé que tenía un hermano llamado Krevel. – No
podía dejar de mirarla y preguntarme qué estaría pensando de mí.
-Bueno,
ha sido un placer “dueño de Krevel” -me sonrió de forma muy pícara.
-Lo
mismo digo. Gracias por retenerlo.
-Mi
nombre es Dalia, por cierto.
-Encantado
–y me fui corriendo pero ansiando volver a verla, aunque fuera en la lejanía.
Mientras, notaba que ella me miraba fijamente, seguí caminando con los nervios
y la estupefacción de conocer a alguien tan hermoso como aquella chica.
No
podía pensar en ella. No debía pensar en ella. “¿Qué pretendes hacer? ¿Quieres
tener hijos a escondidas? ¿Quieres tener que justificar tus relaciones ante el
gobierno? ¡Olvídalo!” Me repetía lo mismo una y otra vez provocando el efecto
contrario: pensar en ella a cada segundo.
“Le
queda un año y siete meses de vida”. La voz de Rencor siempre me había
resultado tranquilizadora a pesar de lo inminente de sus anuncios matinales.
Quizá fuese porque su voz robótica me recordaba a la de mi madre en su
tonalidad.
El
androide que tenía a mi cargo, Agrícola, el cual medía un metro y ochenta
centímetros, me trajo lavado y planchado el uniforme número cinco de la semana.
Le
dije que me preparara una tostada con guacamole para desayunar, con un zumo de
mandarina y algo de té de frambuesas.
-Ya
tiene el desayuno listo -Agrícola no tardó ni diez minutos en prepararme mi
primera comida del día. Había que reconocer que este bicho se iba superando con
el paso de los días-. Tengo un nuevo programa para que me instale, referido a
la optimización de tareas, señor. ¿Me da permiso para instalarme el programa?
-
Claro que sí, Agrícola, pero antes, conecta con la base central del edificio
para que le den el visto bueno. No queremos problemas y ya sabes que cualquier
programa que esté fuera de su criba podrá provocar que nos destruyan a ambos
antes de tiempo. Y yo tengo que hacer cosas en este último año.
-
De acuerdo, señor. Si me dan el visto bueno, me instalo el programa.
Del
suelo apareció una silla y de la pared se desplegó una mesa dispuestas
perfectamente para albergar mi desayuno.
Toda
la mesa era una pantalla táctil que me permitía tener una imagen global de la
ciudad, imágenes exteriores del edificio, de todos los rincones de mi casa y
por último de mi lugar de trabajo.
Terminé
de comer y la nevera me anunció que le faltaban zumo, verduras, fruta y carne
de paloma.
Me
dirigí a mi labor social que en este caso era programar. El trabajo como antes,
ya no existe. En los libros se contaba que antes la población tenía el deber de
trabajar durante horas a lo largo del día a cambio de piezas de metal y de
papel a las que se llamaba “dinero” y con las que después se compraban todas
las cosas necesarias para poder vivir y todo lo demás que le resultaba de
interés.
Ahora
ya no es así. Todo es gratis en la era poscontemporánea. Cada uno contribuye a
la sociedad con lo que mejor se le da o bien con aquello para lo cual la UMIH
le ha preparado. Si hay gente que no tiene clara su contribución, la UMIH le
asigna una labor.
Aquí
nadie da monedas o billetes a cambio de nada. Las máquinas se encargan de todo
y por tanto la mano de obra se ha reducido bastante.
Son
las máquinas quienes se encargan de trabajar en los dispensadores de comida,
son los que enseñan los oficios, limpian las ciudades, construyen edificios, cuidan
de los enfermos y cocinan. Los humanos nos dedicamos a lo que más nos gusta y
aportamos algo útil pero satisfactorio a la ciudad. Las máquinas trabajan por
nosotros y nosotros realizamos labores que nos gustan. El sistema capitalista
del que me hablaban los libros, ya no existe tampoco. No hay nada económico por
lo que pelear, no hay beneficio monetario en nada, salvo la satisfacción
personal de hacer lo que a uno más le gusta.
Sí,
el mundo ha cambiado. Ahora el fin no es ser rico, sino hacer cosas que te
hagan ser feliz hasta el día de tu despedida.
La riqueza se mide en el grado de felicidad hoy en día.
Días
después, de rutina, haciendo lo que más me gustaba hacer, que es programar (ya
fueran androides, máquinas industriales o dispositivos domésticos) en un estado
de absoluta soledad, llegué a casa y Krevel me recibió en la puerta mirándome
sentando hacia arriba estirando su cuello como un suricato, sin pestañear “¡Hey!,
¿dónde están mis palomas?”, parecía decirme.
Le
dejé la puerta abierta para que fuera a buscarlas por él mismo, pero también
quería tener una excusa para poder ver a Dalia si la casualidad así lo
consideraba.
Llevaba
semanas pensando en ella, agarrándome a nuestro encuentro casual y quería que
se repitiera, pero con más palabras.
Los
guardias de mi edificio me miraron con recelo, mientras yo salía corriendo
hacia mi felino rebelde.
-¿Otra
vez tú pequeño fugitivo? -ella era, sin duda el momento en el que me querría
quedar para siempre. Cogí valor y me lo guardé mientras la viera.
-Sí.
Tiene esa pequeña manía. Le gusta cazar palomas.
-El
instinto asesino, supongo.
-O
su rebeldía, o quizá es que te estaba buscando por si te veía de nuevo -Dalia
se rió y me miró sonrojada.
-Bueno,
a mí también me gusta él. Es un gato muy peculiar.
-¿Vives
cerca? ¿Puedo acompañarte?
Y
lo que pasó después fue que me enamoré de ella y ella de mí y teníamos a Krevel
que nos traía palomas como regalo cada día que podíamos encontrarnos por
casualidad en la calle.
No
podíamos estar juntos. Mi trabajo corría peligro y no estaba bien visto que
parejas heterosexuales comenzaran cualquier tipo de relación.
Yo
la quería y ella me quería. Nos lo habíamos dicho todo. Nos escribíamos notas
que nos intercambiábamos en nuestros encuentros fortuitos e inopinados.
Ella
lloraba cuando no podía besarla en público, cuando tenía que irme sin tocarla.
Y yo memorizaba en mi cabeza todas las imágenes de ella durante el día. Las
grababa en mi retina literalmente y después las descargaba Agrícola para mí.
Tenía un álbum de ella por todas las veces que no la pude ver y no la vería,
porque sólo faltaba una semana para que tuviera que irme.
“Le
queda exactamente UNA SEMANA de vida”
-Ya
te he oído aparato del averno. Te ha oído toda la metrópolis -cogí a Rencor y
lo estampé contra el suelo. Pero de la pared surgió otro calendario vital que
repetía lo mismo.
Me
senté un momento.
-Señor,
el desayuno está listo -Agrícola se deslizaba con sus ruedas como si fueran
pies hacia la cocina–. Me he permitido hacerle un regalo para Dalia. Le he
cogido un cabello a usted mientras dormía y he hecho un diamante.
-Agrícola,
eres sensacional. Muchas gracias. Le va a encantar. Lo pondré en una cadena y
se lo daré junto con mi última carta–. Me quedé recordando el pasado. Me quedé
temblando por el futuro incierto.
-Es
precioso. Me encanta -En nuestra anterior cita conseguí darle mi regalo a
escondidas. Sus lágrimas eran tan brillantes como el propio diamante que le
colgaba del cuello.
-Dalia,
mañana me llevarán. Es mi despedida de este mundo. Pero quiero que sepas que no
habría existido mundo si no te hubiera conocido este último año de mi vida. Que
yo hubiera sido el mismo. El mismo hombre anacoreta y aburrido. El mismo hombre
que no conocía nada, que no sabía de nada hasta que Krevel te encontró. Cómo
adoro a ese gato rebelde.
No
pude quedarme mucho. La gente empezaba a mirar demasiado, pero le di un beso.
Ya me daba igual. Quería hacer físico lo que ya sentía y no me importaba nada.
Dalia
y Krevel se despidieron. Yo me despedí pero ella se negaba. No quería decirme
adiós.
-Sé
que nos encontraremos -me dijo-. En esta vida o en la siguiente, pero no te voy
a decir adiós hoy.
-Tienes
cinco años más de vida. Aprovéchalos siempre para ser feliz -la miré con los
ojos acuosos y me fui.
A
la mañana siguiente Rencor me despertó con la frase “Hoy es tu último día de
vida. HOY ES TU ÚLTIMO DÍA DE VIDA”. Cada vez era más aberrante el sonido de
Rencor, lo volví a coger y a tirar, pero esta vez por la ventana. “Hoy también
ha sido tu último día de vida por lo que parece. Hasta nunca”. Desayuné
tranquilamente, despacio y me despedí de Agrícola.
-Gracias
compañero. Has sido, junto con Krevel, el mejor amigo que he tenido.
-Lo
echaré de menos, Señor.
Nos
abrazamos poco tiempo porque al momento irrumpieron en la puerta cuatro guardas
con máscaras blancas y túnicas negras. Con la mano en señal de stop bordada en
el uniforme. “Ya está. Se acabó”.
-Venga
con nosotros ipso facto.
-Enseguida.
Tranquilos. No opondré resistencia. Dejen que coja a mi gato.
-Tiene
cinco segundos.
Me
llevaron hasta un deslizador y me taparon los ojos con un pañuelo. No supe nada
más hasta que me lo volvieron a quitar.
-Buenas
tardes caballero.
-¿Dónde
estoy?
-En
la nave 22JMAK. Va a ser transportado junto con otros pasajeros al Planeta Novak
donde podrá empezar su nueva vida.
-¿Mi
nueva vida? –No podía creer lo que estaba escuchando-. ¿Todo sobre nuestra
muerte obligada era mentira?
-Así
es. La UMIH piensa que, además de conservar siempre una población joven y sana
a medida que se van regulando los niveles de población, quiere que se aproveche
el tiempo. Y eso sólo se logra si la gente piensa que va morir a los cincuenta
años. La UMIH no considera que tenga que matar a nadie si el Planeta Novak, una
de sus conquistas, estaba deshabitado hasta que llegamos. Es un planeta virgen
con todos los recursos para nosotros. Hay cosas por hacer todavía pero podrá
disfrutar de su tiempo hasta que la naturaleza, y no un gobierno, le diga
cuando tenga que irse.
Dormí
y dormí. Parecía que mi cuerpo se había relajado por completo y todos estos
días de inquietud y estrés se hubieran esfumado de golpe.
Aterrizamos.
Me llevaron a una sala y me dijeron que esperara. Me quedé dormido de nuevo y
al despertar vi a mis padres que seguían físicamente iguales.
-¡Mamá!
¡Papá! -Nos abrazamos sonrientes, y parecía que nos íbamos a quedar así durante
días-. ¿Estuvisteis aquí todo este tiempo? ¿Desde que os llevaron?
-Así
es, hijo. La vida aquí pasa más despacio. Como puedes ver, se tarda más en
envejecer porque la gravedad no es la misma. ¡Vamos a ser tan felices!
-Pero,
todo esto es… como un sueño -Krevel no paraba de brincar contra mi pierna para
que le cogiera y fuera partícipe de la conversación.
-Verás
que la vida es más tranquila y fácil. Más libre.
Cinco
años después fui yo quien corría hacia la sala en la que me encontré con mis
padres.
Allí
estaba, mirándome con lágrimas en los ojos y con el colgante del diamante en el
cuello.
-Te
dije que nos volveríamos a encontrar -los dos sonreímos y nos besamos.
Krevel,
sin embargo, corría en busca de palomas imaginarias.
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