Siempre me ha encantado viajar,
aunque paradójicamente tenga una fobia irremediable a los aviones o a cualquier
otro objeto que no se desplace por tierra firme. Por eso, cuando mi amiga Lety me
propuso ir a visitarla a Barcelona pensé: “Iré en autobús y aguantaré las ocho
horas de viaje aunque me salga una hernia”.
Cuando compré el billete la llamé
para comunicarle mi llegada y que me contara qué planes tenía preparados
durante mi estancia.
Ella es argentina, bonaerense, de
raíces italianas y se vino a España para trabajar (o laburar como dicen en su patria), y por amor...aunque esa parte no
salió del todo bien. Pero gracias a ese amor, ella y yo nos conocimos y
entablamos una amistad que va más allá de cualquier distancia geográfica, costumbre
y nacionalidad.
La conocí en Madrid, donde ella
vivía con su novio y el hermano de éste, que a la vez era mi pareja. Todos del
mismo lugar, de la misma ciudad. Aunque siempre decían que Madrid es muy
parecida a Buenos Aires y quizá por eso eligieron la capital para quedarse a
vivir.
Nunca había ido a Barcelona, pero
la empresa de mi padre tiene sede allí y me había hablado muy bien de la
ciudad.
—¿Y los catalanes?—pregunté
prejuiciosa.
—Los catalanes, allí están, que
para eso es Cataluña—me contestó socarrón.
—Evidentemente. Pero...tú eres de
Madrid...ya sabes...
—Sí, ya sé que soy de Madrid.
¿Qué me quieres preguntar?—mi padre me hablaba sin mirar porque estaba ocupado
con el ordenador haciendo el pedido semanal para enviarlo a Barcelona.
—Pues que si notaste que por ser
de Madrid te trataban diferente. Por la rivalidad que hay entre las ciudades.
—¿Qué rivalidad?—mi padre se giró
y me miró por encima de sus gafas.
—Papá, la que siempre ha habido. A
causa del fútbol, la política, etc.
—No sé hija. Yo iba allí, tenía
reuniones y comía con mis jefes. Tampoco he tenido mucho tiempo para hablar
mucho con la gente de allí.
—¿Y nadie te habló en
catalán?—insistí.
—Pues puede ser, pero ahora mismo
no me acuerdo—ahora mi padre removía y removía sus papeles sin encontrar lo que
fuera que andaba buscando.
Como la conversación no iba a
extenderse mucho más, subí a mi cuarto para empezar a preparar la maleta puesto
que mi autobús salía a las once de la mañana del día siguiente desde la
estación de Avenida de América.
Ya en el autobús, me disponía a
leer Sin noticias de Gurb de Eduardo
Mendoza cuando se sentó a mi lado una mujer hedionda que no dejaba de moverse.
Tuve paciencia y aguanté, pero al rato me percaté de que iban a deleitar a los
pasajeros durante el viaje con la película Mira
quién habla y entonces me dije a mí misma que iba a ser un viaje muy largo.
Paramos en un área de servicio
cerca de Zaragoza y mientras fumaba no dejaba de preguntarme cómo se
encontraría una madrileña de veintitrés años en Barcelona y cómo reaccionaría
si me hablasen en catalán. ¿Les contestaría yo en castellano antiguo?
¿Qué pasaba con ambas ciudades?
Es una especie de opinión compartida por una generalidad, pero no sabes de
dónde provienen, ni porqué. Sólo sabes que siempre has escuchado a la gente
decir que “los catalanes son unos agarrados”, “que te cobran hasta por decir
gracias” y “que no quieren saber nada de España”.
—Los pasajeros con destino a
Barcelona deberán subir al autobús de la dársena 8 en cinco minutos. —la voz de
la mujer que hablaba a través del altavoz había adquirido un tono robótico muy
similar a la de los presentadores de los telediarios.
Tras ocho horas de haber estado
enlatada en el autobús con varias posturas muy poco ergonómicas, llegué a la Estación de Autobuses Nord un
jueves del mes de agosto del año 2007. Y enseguida distinguí una melena rubia
entre tanto cabello moreno.
—¿Cómo estás linda?—me dijo Lety sonriente
mientras me daba un abrazo.
—Me duelen la espalda y el
cuello. Ha sido un viaje difícil. Pero bueno, ya estoy aquí y ¡por fin nos
vemos!—ansiaba que me propusiera ir a sus casa a dejar las cosas y poder
charlar tranquilamente.
—¡Estás relinda!
—Gracias. Tú también. ¿Qué tal
todo? ¿Adónde vamos ahora?
—Andamos a casa y después ya
vemos—seguía sin perder su acento oriundo y eso me encantaba.
—Perfecto, ¿Dónde vives ahora?
—Cerca de “El Maresme -Fôrum”. Vivo con dos chicas más.
—¿Cómo vamos? ¿Aquí hay metro? —qué
ganas tenía de llegar a su casa y descansar.
—Vos sos una tarada. ¡Claro que hay
metro! Madrid no es sólo la única ciudad que tiene metro.
Miré avergonzada al suelo por mi
comentario ignorante y la seguí. No sólo tenían metro, si no que además tenían
un tranvía que recorría la ciudad y un sistema de alquiler de bicicletas para
residentes con varios puestos colocados por toda Barcelona. Además, los ciclistas gozaban de un carril- bici que
les permitía ir a cualquier lugar sin correr peligro. En Madrid llegabas a tu
destino besando al suelo dando las gracias por no haber sido atropellado por un
coche, una moto o un taxista convertido en Godzilla al ver que tus piernas no
iban tan rápidas como su Sköda.
Foto original: Cristina Heredero
En el viaje me estuvo
actualizando con respecto a su vida. Sabía que había dejado Madrid porque le
recordaba cosas que no quería rememorar, y ahora prefería Barcelona a Madrid,
lo que no me ofendía en absoluto, porque sabía que ella era feliz con su nueva
vida y me daba igual si se trataba de Kuala Lumpur o Casablanca. “Lo único
bueno de Madrid sos vos” me decía siempre.
Me contó que vivía con una
paisana suya llamada Romina y con una suiza llamada Sabine. Y vaticiné que iba
a aprender mucho durante esos días que me quedase allí.
Trabajaba como camarera en una
cadena de restaurantes de comida rápida y tenía diferentes horarios dependiendo
de la semana, pero las propinas eran rebuenas.
Al llegar a su casa, conocí a sus
dos compañeras. Las tres se habían conocido en Madrid porque trabajaban en la
misma cadena de restaurantes para la que trabajaban ahora en Barcelona. Me
contaron que ambas se habían cansado de Madrid y necesitaban cambiar de aires,
conocer otra ciudad y decidieron venirse juntas. Sabine hablaba tres idiomas:
inglés, alemán y castellano. Estaba estudiando en la Universidad Pompeu Fabra y
me confesó que no quería dar sus clases en catalán porque era un jaleo para su
cabeza. Yo me reí y me pregunté si sería difícil para una persona que sabe tres
idiomas, aprender uno más.
Esa noche Lety decidió llevarme a
cenar fuera y a conocer algunos sitios nocturnos donde pude observar varios
monumentos que no aparecen en las típicas guías turísticas.
A la mañana siguiente me desperté
temprano para aprovechar a hacer turismo y disfrutar de la gastronomía. Fui en
metro hasta “Urquinaona” para ir a la Plaza de Catalunya, que es la equivalente
a la Plaza de Sol en Madrid. Allí fui hasta la Oficina de Turismo para coger un
plano de la ciudad.
Bajé por Las Ramblas, llenas de
residentes y turistas (sobre todo italianos) mientras observaba a las estatuas
humanas que recorrían la calle. Al rato, me desvié por la derecha para visitar
el mercado de La Boquería. Me
impresionaron los colores de las frutas, el sabor de los zumos naturales, el
puesto de los diferentes tipos de huevos, las enormes pescadería y carnicería
mezclado con el olor a mar incesante que me perseguía desde que llegué.
Foto original: Cristina Heredero
Visité el Barrio Gótico. Y al ver
la Catedral de la Santa Cruz y Santa Eulalia supe porqué el barrio se llamaba
así. Un increíble edificio del siglo XIII que daba la bienvenida a los
transeúntes me miró y atrapó por completo.
También pude ver el Barrio de El
Raval cuyo ambiente me recordó al barrio de Tribunal en Madrid. Es posible que
cuando uno viaja fuera de su entorno a otro lugar, intente buscar analogías
para no sentirse un extraño.
Caminé por el Passeig de Gràcia hasta la Diagonal,
que como su nombre indica, cruza
diagonalmente la ciudad. Cogí el metro y contemplé estupefacta la Sagrada
Familia y el Parque Güell. También visité la Casa Batlló y la Casas Amatller.
Quedé sorprendida por aquél tipo de arquitectura modernista que no había visto
jamás y me encantó. Madrid tiene un ambiente más antiguo y me inquietó ver
edificios tan originales.
Y tras tanto caminar decidí ir a
un bar y tomarme un refresco con un pan tumaca mientras esperaba a que Lety
saliera del trabajo.
A las nueve ya salía con varios
compañeros suyos. Un catalán llamado Jordi, un italiano llamado Filippo,
gracias al cual quise aprender italiano más tarde, Romina y Sabine.
Fuimos a un bar llamado “El
bosque de las hadas” el cual es el más bonito que he pisado en mi vida, porque
realmente era como estar envuelto en un cuento de fantasía con árboles de caras
dibujadas, fuentes y hadas.
Filippo me contó medio en
español, medio en italiano que le
gustaba España porque era muy parecida a Italia y que había venido aquí
para aprender el idioma y vivir una nueva experiencia. Era un placer oírle
hablar en su idioma y en ese instante me pareció que el italiano era como
hablar cantando.
Jordi, en cambio, me miraba, pero
no hablaba. Me sonreía desde lejos y yo pensaba que hay tantas cosas diferentes
en cada uno de nosotros y tantas cosas que nos unen, como una sonrisa así.
Me acosté pensando, sin saber
porqué, en Jordi...
Foto original: Cristina Heredero
Al día siguiente me levanté
temprano para ir a visitar el Montjuic, El pueblo español, la estatua de Colón,
desde la cual se puede ver toda la ciudad y el puerto.
Lety me llamó mientras comía
fideuá.
—¿Vos querrías ir hoy a las
fiestas de Gracia?—me preguntó ansiosa.
—Sí. ¿Dónde es? ¿Qué hacen en
esas fiestas?— realmente estaba intrigada.
—Pues se celebran en el barrio de
Gracia y cada calle está decorada de manera distinta. Después, cada calle entra
en concurso y se elige a la ganadora. Son muy famosas aquí.
Vienen Romina, Sabine, Jordi y un
amigo suyo. Pasáte a buscarme al laburo y vamos desde acá—su voz parecía
inquieta.
—Vale. Nos vemos luego. Un beso.
—me despedí mientras sonreía.
Me pedí de postre una crema
catalana y me dirigí a casa para darme una ducha y estar lista para la cita
nocturna.
Terminé antes de lo previsto y
quise visitar la Villa Olímpica y pasear un rato por allí como cualquier otro
barcelonés.
Había mucha gente en la ciudad,
demasiada para mi gusto. Pero me había enamorado de ella y además, me gustaba
un barcelonés. ¡Sería posible! Cuando lo pensé, me di cuenta de ello.
¡Cómo me gustaba la ciudad!
En las fiestas de Gracia, me
quedé impactada por la decoración tan llamativa y trabajada de las calles. Mi
destino vacacional me daba sorpresas cada día. No me defraudó ni una sola vez.
Foto original: Cristina Heredero
Y cuando me fui me sentí triste, como
si a un niño se le cae al suelo un helado entero...
De vuelta en el autobús, con el
estómago anudado, pensaba en mí antes de ir a Barcelona y en mí al llegar a Madrid después de estar allí.
¡Qué confundidas están esas personas que creen saberlo todo de cualquier cosa!
No hay ciudades peores ni
mejores. Solamente diferentes y cada una con su encanto particular. Como las
personas...
Al llegar a casa mi padre estaba
allí.
—¿Y los catalanes?—preguntó
irónico
—Estupendos—contesté sonriente
—¿Te trataron diferente por ser
de Madrid? ¿Te hablaron mucho en catalán?
—Era una más allí y si me
hablaron en catalán ni me di cuenta.
Volví allí otras cuatro veces más
y en cada visita disfruté y conocí a gente muy interesante.
Ahora Jordi y yo comemos los
sábados fideua y los domingos cocido madrileño....
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