31/7/14

MADRID-BARÇA


Siempre me ha encantado viajar, aunque paradójicamente tenga una fobia irremediable a los aviones o a cualquier otro objeto que no se desplace por tierra firme. Por eso, cuando mi amiga Lety me propuso ir a visitarla a Barcelona pensé: “Iré en autobús y aguantaré las ocho horas de viaje aunque me salga una hernia”. 
Cuando compré el billete la llamé para comunicarle mi llegada y que me contara qué planes tenía preparados durante mi estancia.
Ella es argentina, bonaerense, de raíces italianas y se vino a España para trabajar (o laburar como dicen en su patria), y por amor...aunque esa parte no salió del todo bien. Pero gracias a ese amor, ella y yo nos conocimos y entablamos una amistad que va más allá de cualquier distancia geográfica, costumbre y nacionalidad. 
La conocí en Madrid, donde ella vivía con su novio y el hermano de éste, que a la vez era mi pareja. Todos del mismo lugar, de la misma ciudad. Aunque siempre decían que Madrid es muy parecida a Buenos Aires y quizá por eso eligieron la capital para quedarse a vivir.
Nunca había ido a Barcelona, pero la empresa de mi padre tiene sede allí y me había hablado muy bien de la ciudad.
—¿Y los catalanes?—pregunté prejuiciosa.
—Los catalanes, allí están, que para eso es Cataluña—me contestó socarrón.
—Evidentemente. Pero...tú eres de Madrid...ya sabes...
—Sí, ya sé que soy de Madrid. ¿Qué me quieres preguntar?—mi padre me hablaba sin mirar porque estaba ocupado con el ordenador haciendo el pedido semanal para enviarlo a Barcelona.
—Pues que si notaste que por ser de Madrid te trataban diferente. Por la rivalidad que hay entre las ciudades.
—¿Qué rivalidad?—mi padre se giró y me miró por encima de sus gafas.
—Papá, la que siempre ha habido. A causa del fútbol,  la política, etc.
—No sé hija. Yo iba allí, tenía reuniones y comía con mis jefes. Tampoco he tenido mucho tiempo para hablar mucho con la gente de allí.
—¿Y nadie te habló en catalán?—insistí.
—Pues puede ser, pero ahora mismo no me acuerdo—ahora mi padre removía y removía sus papeles sin encontrar lo que fuera que andaba buscando.
Como la conversación no iba a extenderse mucho más, subí a mi cuarto para empezar a preparar la maleta puesto que mi autobús salía a las once de la mañana del día siguiente desde la estación de Avenida de América.
Ya en el autobús, me disponía a leer Sin noticias de Gurb de Eduardo Mendoza cuando se sentó a mi lado una mujer hedionda que no dejaba de moverse. Tuve paciencia y aguanté, pero al rato me percaté de que iban a deleitar a los pasajeros durante el viaje con la película Mira quién habla y entonces me dije a mí misma que iba a ser un viaje muy largo.
Paramos en un área de servicio cerca de Zaragoza y mientras fumaba no dejaba de preguntarme cómo se encontraría una madrileña de veintitrés años en Barcelona y cómo reaccionaría si me hablasen en catalán. ¿Les contestaría yo en castellano antiguo?
¿Qué pasaba con ambas ciudades? Es una especie de opinión compartida por una generalidad, pero no sabes de dónde provienen, ni porqué. Sólo sabes que siempre has escuchado a la gente decir que “los catalanes son unos agarrados”, “que te cobran hasta por decir gracias” y “que no quieren saber nada de España”.
—Los pasajeros con destino a Barcelona deberán subir al autobús de la dársena 8 en cinco minutos. —la voz de la mujer que hablaba a través del altavoz había adquirido un tono robótico muy similar a la de los presentadores de los telediarios.
Tras ocho horas de haber estado enlatada en el autobús con varias posturas muy poco ergonómicas,  llegué a la Estación de Autobuses Nord un jueves del mes de agosto del año 2007. Y enseguida distinguí una melena rubia entre tanto cabello moreno.
—¿Cómo estás linda?—me dijo Lety sonriente mientras me daba un abrazo.
—Me duelen la espalda y el cuello. Ha sido un viaje difícil. Pero bueno, ya estoy aquí y ¡por fin nos vemos!—ansiaba que me propusiera ir a sus casa a dejar las cosas y poder charlar tranquilamente.
—¡Estás relinda!
—Gracias. Tú también. ¿Qué tal todo? ¿Adónde vamos ahora?
—Andamos a casa y después ya vemos—seguía sin perder su acento oriundo y eso me encantaba.
—Perfecto, ¿Dónde vives ahora?
—Cerca de “El Maresme -Fôrum”. Vivo con dos chicas más.
—¿Cómo vamos? ¿Aquí hay metro? —qué ganas tenía de llegar a su casa y descansar.
—Vos sos una tarada. ¡Claro que hay metro! Madrid no es sólo la única ciudad que tiene metro.

Miré avergonzada al suelo por mi comentario ignorante y la seguí. No sólo tenían metro, si no que además tenían un tranvía que recorría la ciudad y un sistema de alquiler de bicicletas para residentes con varios puestos colocados por toda Barcelona. Además,  los ciclistas gozaban de un carril- bici que les permitía ir a cualquier lugar sin correr peligro. En Madrid llegabas a tu destino besando al suelo dando las gracias por no haber sido atropellado por un coche, una moto o un taxista convertido en Godzilla al ver que tus piernas no iban tan rápidas como su Sköda.

Vista general de Barcelona
Foto original: Cristina Heredero

En el viaje me estuvo actualizando con respecto a su vida. Sabía que había dejado Madrid porque le recordaba cosas que no quería rememorar, y ahora prefería Barcelona a Madrid, lo que no me ofendía en absoluto, porque sabía que ella era feliz con su nueva vida y me daba igual si se trataba de Kuala Lumpur o Casablanca. “Lo único bueno de Madrid sos vos” me decía siempre.
Me contó que vivía con una paisana suya llamada Romina y con una suiza llamada Sabine. Y vaticiné que iba a aprender mucho durante esos días que me quedase allí.
Trabajaba como camarera en una cadena de restaurantes de comida rápida y tenía diferentes horarios dependiendo de la semana, pero las propinas eran rebuenas.
Al llegar a su casa, conocí a sus dos compañeras. Las tres se habían conocido en Madrid porque trabajaban en la misma cadena de restaurantes para la que trabajaban ahora en Barcelona. Me contaron que ambas se habían cansado de Madrid y necesitaban cambiar de aires, conocer otra ciudad y decidieron venirse juntas. Sabine hablaba tres idiomas: inglés, alemán y castellano. Estaba estudiando en la Universidad Pompeu Fabra y me confesó que no quería dar sus clases en catalán porque era un jaleo para su cabeza. Yo me reí y me pregunté si sería difícil para una persona que sabe tres idiomas, aprender uno más.
Esa noche Lety decidió llevarme a cenar fuera y a conocer algunos sitios nocturnos donde pude observar varios monumentos que no aparecen en las típicas guías turísticas.
A la mañana siguiente me desperté temprano para aprovechar a hacer turismo y disfrutar de la gastronomía. Fui en metro hasta “Urquinaona” para ir a la Plaza de Catalunya, que es la equivalente a la Plaza de Sol en Madrid. Allí fui hasta la Oficina de Turismo para coger un plano de la ciudad.

Bajé por Las Ramblas, llenas de residentes y turistas (sobre todo italianos) mientras observaba a las estatuas humanas que recorrían la calle. Al rato, me desvié por la derecha para visitar el mercado de  La Boquería. Me impresionaron los colores de las frutas, el sabor de los zumos naturales, el puesto de los diferentes tipos de huevos, las enormes pescadería y carnicería mezclado con el olor a mar incesante que me perseguía desde que llegué. 

Puerto de Barcelona
Foto original: Cristina Heredero

Visité el Barrio Gótico. Y al ver la Catedral de la Santa Cruz y Santa Eulalia supe porqué el barrio se llamaba así. Un increíble edificio del siglo XIII que daba la bienvenida a los transeúntes me miró y atrapó por completo.
También pude ver el Barrio de El Raval cuyo ambiente me recordó al barrio de Tribunal en Madrid. Es posible que cuando uno viaja fuera de su entorno a otro lugar, intente buscar analogías para no sentirse un extraño.
Caminé por el Passeig de Gràcia hasta la Diagonal, que  como su nombre indica, cruza diagonalmente la ciudad. Cogí el metro y contemplé estupefacta la Sagrada Familia y el Parque Güell. También visité la Casa Batlló y la Casas Amatller. Quedé sorprendida por aquél tipo de arquitectura modernista que no había visto jamás y me encantó. Madrid tiene un ambiente más antiguo y me inquietó ver edificios tan originales.
Y tras tanto caminar decidí ir a un bar y tomarme un refresco con un pan tumaca mientras esperaba a que Lety saliera del trabajo.
A las nueve ya salía con varios compañeros suyos. Un catalán llamado Jordi, un italiano llamado Filippo, gracias al cual quise aprender italiano más tarde, Romina y Sabine.
Fuimos a un bar llamado “El bosque de las hadas” el cual es el más bonito que he pisado en mi vida, porque realmente era como estar envuelto en un cuento de fantasía con árboles de caras dibujadas, fuentes y hadas.
Filippo me contó medio en español, medio en italiano que le  gustaba España porque era muy parecida a Italia y que había venido aquí para aprender el idioma y vivir una nueva experiencia. Era un placer oírle hablar en su idioma y en ese instante me pareció que el italiano era como hablar cantando.
Jordi, en cambio, me miraba, pero no hablaba. Me sonreía desde lejos y yo pensaba que hay tantas cosas diferentes en cada uno de nosotros y tantas cosas que nos unen, como una sonrisa así.

Me acosté pensando, sin saber porqué, en Jordi...
Fiestas de Gracia
Foto original: Cristina Heredero

Al día siguiente me levanté temprano para ir a visitar el Montjuic, El pueblo español, la estatua de Colón, desde la cual se puede ver toda la ciudad y el puerto.
Lety me llamó mientras comía fideuá.
—¿Vos querrías ir hoy a las fiestas de Gracia?—me preguntó ansiosa.
—Sí. ¿Dónde es? ¿Qué hacen en esas fiestas?— realmente estaba intrigada.
—Pues se celebran en el barrio de Gracia y cada calle está decorada de manera distinta. Después, cada calle entra en concurso y se elige a la ganadora. Son muy famosas aquí.
Vienen Romina, Sabine, Jordi y un amigo suyo. Pasáte a buscarme al laburo y vamos desde acá—su voz parecía inquieta.
—Vale. Nos vemos luego. Un beso. —me despedí mientras sonreía.
Me pedí de postre una crema catalana y me dirigí a casa para darme una ducha y estar lista para la cita nocturna.
Terminé antes de lo previsto y quise visitar la Villa Olímpica y pasear un rato por allí como cualquier otro barcelonés.
Había mucha gente en la ciudad, demasiada para mi gusto. Pero me había enamorado de ella y además, me gustaba un barcelonés. ¡Sería posible! Cuando lo pensé, me di cuenta de ello.
¡Cómo me gustaba la ciudad!

En las fiestas de Gracia, me quedé impactada por la decoración tan llamativa y trabajada de las calles. Mi destino vacacional me daba sorpresas cada día. No me defraudó ni una sola vez. 

Atardecer en Barcelona
Foto original: Cristina Heredero

Y cuando me fui me sentí triste, como si a un niño se le cae al suelo un helado entero...
De vuelta en el autobús, con el estómago anudado, pensaba en mí antes de ir a Barcelona y en mí  al llegar a Madrid después de estar allí. ¡Qué confundidas están esas personas que creen saberlo todo de cualquier cosa!
No hay ciudades peores ni mejores. Solamente diferentes y cada una con su encanto particular. Como las personas...
Al llegar a casa mi padre estaba allí.
—¿Y los catalanes?—preguntó irónico
—Estupendos—contesté sonriente
—¿Te trataron diferente por ser de Madrid? ¿Te hablaron mucho en catalán?
—Era una más allí y si me hablaron en catalán ni me di cuenta.
Volví allí otras cuatro veces más y en cada visita disfruté y conocí a gente muy interesante.

Ahora Jordi y yo comemos los sábados fideua y los domingos cocido madrileño....

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