19/7/14

EN LA ISLA

Hacía calor cuando llegué a Leros. Una isla griega situada en el Mar Egeo y con una extensión de cincuenta kilómetros aproximadamente.
Era un día luminoso y agradable lleno de nubes blancas adornadas por las gaviotas que gritaban pidiendo comida al mar mientras volaban haciendo círculos.
Los narcisos blancos y amarillos le dieron la bienvenida a mi olfato y los pescadores que recogían esponjas marinas me miraban de reojo sabiéndome foránea en aquella isla poco frecuentada por el turismo.
Ante tal escenario bucólico me llegó la sensación de estar pisando ese suelo griego por mero ocio, pero no era así. Me llamo Erika, tengo veintiocho años y estoy en Leros para trabajar como enfermera en el psiquiátrico de aquí.


Tras varios años sin encontrar trabajo en España, decidí abandonar todo y empezar de nuevo en otro lugar. Después de hacer un curso intensivo de griego y una entrevista virtual, cogí un vuelo con la compañía Olympic Airlines para terminar en una isla del archipiélago Dodecaneso sin ninguna intención más que redirigir mi vida y no quedarme estancada en un país que no da oportunidades. Grecia tampoco es que esté económicamente mejor que España pero apreciaron la formación y experiencia que tenía dándome el puesto de manera instantánea al terminar la entrevista.
-Cuidado con tomar mucho yogur, ya sabes que no te sientan muy bien -me decía mi madre mientras me sujetaba la cara con sus manos que olían a lejía y a ajo.
-Mejor que tenga cuidado con los griegos -mi padre, sentado en el sofá, contestó a mi madre mientras nos miraba en la lejanía.
Me eché a reír por aquella frase tan típicamente paternal, cogimos las maletas y nos fuimos al aeropuerto. Allí la despedida fue peor porque mi madre se echó a llorar y mi padre la tranquilizaba con los ojos acuosos a punto de explotar en un mar.
-Os llamaré en cuanto llegue, ¿vale? –les miré con ternura y una sonrisa. Le di un beso a cada uno y me fui sin mirar atrás.
Ahora que estaba en Leros, deseaba volver a Madrid y en Madrid deseaba salir de allí. Acababa de llegar y ya echaba de menos todo, hasta aquello que no me gustaba de la ciudad, que eran muchas cosas.
-Disculpe ¿sabe dónde se encuentra el psiquiátrico? -mi griego no era perfecto pero sí entendible.
-No eres de aquí, ¿verdad? ¿Española? -el pescador me miraba seguro de mi origen geográfico.
-Sí. Soy española -le sonreí- ¿sabe cómo puedo ir al psiquiátrico? Voy a trabajar allí de enfermera -me pareció que si le daba más información le daría más confianza a ese hombre con cara de escultura.
- Sí, ¿eh? Espera entonces -se fue por la orilla del mar y a los cinco minutos vino acompañado de un chico joven. Puede que de mi edad-. Éste es Georgios. Él te llevará en su moto.
El chico se me quedó mirando con aquellos ojos azules como el Mar Egeo que nos rodeaba y yo tímida sólo pude asentir con la cabeza sin decir nada más que un “gracias” al pescador.
-¿Trabajas en el psiquiátrico? -me preguntó Georgios desde la parte delantera de la moto.
-Sí. Hoy es mi primer día.
-Te deseo suerte allí. Ha habido varias bajas.
-¿Por qué? -pregunté intrigada.
-Bueno, ya sabes, la gente se cansa de estar encerrado como si fuera un loco más, rodeado de locos, encerrados también en una isla cuya población no está mucho más cuerda.
-Es bueno saberlo para entrar concienciada.
-Ya hemos llegado -Georgios me sonrió y me tendió la mano para bajar de la motocicleta.
-Gracias -le sonreí y le di la mano en señal de despedida. Él me devolvió el gesto y me ofreció quedar algún día por si sentía que me estaba volviendo loca en aquel lugar.
Ante mí se erguía un edificio de piedra blanco, como el resto de las casas de la isla, que gracias al sol le hacía parecer un templo divino rodeado por un halo de luminosidad.
Entré temerosa y enseguida se me acercó el conserje para decirme que las visitas tan tempranas no estaban disponibles.
-Vengo a ver al director. Soy una enfermera nueva.
- Ah, disculpe. Acompáñeme por aquí, por favor.
Me llevó al despacho del director, el Señor Dimitris Kokkalis, el cual me recordó al Moisés de Miguel Ángel con sus largas barbas blancas y rizadas, aunque mi jefe era algo más orondo que la escultura.
Después de darme la bienvenida, salimos en busca de Heleni, una chica algo mayor que yo, rubia con ojos azules, el pelo algo rizado en los extremos, alta y delgada. Tremendamente guapa. Al ver criaturas tan perfectas, muchas veces me cuestionaba el sentido caprichoso de la naturaleza.
-Encantada -me sonrió Heleni-, eres española, ¿verdad? -asentí confusa- Mmm. Se te nota.
- ¿En qué se me nota?
- No sé… en la cara, en la actitud. -Quise no preguntar a qué se refería con aquello de la “actitud” por no empezar mal el primer día.- Ven. Iremos a por tu uniforme y después te iré presentando a algunos pacientes. Tú estarás conmigo en la sala que llamamos “la colonia de los decálocos”. -Me costó traducir lo que ella me dijo, en griego dekatrélos, para que sonara gracioso en mi mente.
-¿Por qué les llamáis así?
-Porque son diez y quizá son los más longevos del lugar y puede que los más inestables. Son siete hombres y tres mujeres.
-¿Qué les pasa?
-Vamos a la sala y te los presento -tenía verdadera curiosidad por conocer al elenco de los “decálocos”.
Llegamos a una sala redonda, “así les vigilamos mejor” me dijo Heleni con la cara seria y dirigiendo su mirada de manera circular hacia toda la sala.
Las ventanas estaban tapadas por rejas y las paredes eran de un color azul clarito, casi blanco y  se distinguían nubes densas por toda la habitación dibujadas sobre la pared.
-¡Qué bonito! ¿Lo habéis dibujado vosotros para ellos? -miré sonriendo a Heleni.
-Qué va. Han sido ellos. Dicen que les hace sentir como si estuvieran en casa. -Heleni me miró de reojo dándome a entender que pronto encajaría todo en mi cabeza.- Mira, ése de la barba larga y canosa, fornido, que lleva una sábana a modo de calzoncillo es un tipo muy autoritario con el resto. Tiene algo de mal genio y dice ser el padre de muchos de sus compañeros. Le llamamos “El gran dictador”. Aquel chico joven con el pelo rizado y corto. Ése que camina y lee a la vez, tan guapo y esbelto. Habla de manera muy delicada pero tiene unos ojos de un azul tan claro que casi ni se ven. Este chico trae de cabeza a todas las enfermeras y algún que otro celador. Le llamamos el “Rompecorazones”.
Enseguida vi a un chico medio desnudo que corría sin parar y se había hecho con dos folios unas alas de ángel que se había colocado en las sienes con una cuerda alrededor de su cabeza.
-¿Y ése que corre tan rápido quién es?
- Ah, ése es “El cartero”. Anda corriendo siempre porque dice que no quiere entregar tarde a los destinatarios los mensajes que le da la gente. Y ese otro que se ha pintado los ojos de negro, tiene la piel morena, el pelo y los ojos negros como la oscuridad, es “El gótico”. Siempre está diciendo que nos verá a todos en el inframundo donde él reina. El hombre autoritario, dice que es su hermano.
De repente vimos cómo un hombre atacó a un enfermero- Ya está “el militar” montando bronca. Siempre está igual. Cuando ve a algún enfermero corpulento, se lanza a por él, como si quisiera hacerle ver que es más fuerte. –Cuando les separaron, vi a un hombre musculoso, con el pelo corto y rizado también que se había hecho un escudo con un cartón y lanzaba alaridos intimidatorios al pobre trabajador. – Ahí viene “El beodo”, ya verás, ya.
-¿Quién ed edsta mudchachidta tuaan guapa? ¡hip! ¿quiedes veniiiir a una fiesdta luego en el juaaaaardín? ¡hip!
-Señor, ¿está usted bien? -Miré de reojo a Heleni y le pregunté disimuladamente si les estaba permitido beber alcohol a los pacientes.
-¡No! ¡En absoluto! Se lo está inventando todo. Éste ya ha intentado organizar alguna bacanal en el jardín.
-Shhhhhh –el hombre se acercó a mí con el dedo índice en la boca en señal de silencio. Con los ojos grandes y moribundos mirando hacia los lados para que nadie le viera decirme lo que me iba a decir.- ¡Shhhhh! ¡hip! Essdta nuooche habruá una fiessdta íntima ¡hip! Edstaaás invituadaaa ¿vuaaale? -y se fue a gatas hacia una ventana.
Seguíamos avanzando por la sala y de repente alguien me empujó adrede. Me giré con cuidado y vi a una chica que me miraba de reojo de manera amenazante. Una mujer bellísima flanqueada por otras dos mujeres, guapas pero no tanto como la que acababa de empujarme -¿Quiénes son esas tres?
-La de en medio es “La ninfómana”. Siempre está coqueteando con los hombres y queriéndoselos llevar a su cuarto. Flirtea con todo el mundo. No hay día que no intente nada con alguien. La de la derecha es “La chunga”. Es la versión femenina de “El militar”. Ella siempre le está retando para hacer luchas. En lugar de eso les dejamos un ajedrez para que se calmen y centren sus estrategias en el tablero pero a veces lo tiran por los aires. “La chunga” acaba diciendo que la estrategia no es un juego y se abalanza sobre “El militar”. Pero éste nunca responde porque dice que no pelea con mujeres. A pesar de eso, “La chunga” es bastante culta. Y por último, la de la izquierda es “La cazadora” a quien tenemos que mantener alejada de las vallas. Porque cuando se cuela algún gato, va a por él rápidamente a darle caza. Cuando no hay gatos suele correr por toda la sala y el jardín simulando que coge flechas de un carcaj y las lanza con su arco.
-Aquí encontrarás el amor -un chico rubio, con el pelo rizado y que llevaba las sábanas colocadas como si fueran un pañal me susurró aquella frase mientras me acariciaba la mejilla.
-Vale, con “El empalagoso” ya terminamos la ruta de “los decálocos”. ¿Ves que también se ha hecho dos alas con un folio y hace que tira flechas a la gente?
-Sí. ¿También es violento?
-Al contrario. Es quizá el más tranquilo y cariñoso de todos. Pero es muy meloso. Demasiado, quizá.
-¿Por qué les ponéis apodos en lugar de llamarlos por su nombre?
-Ninguno recuerda su nombre. Es extraño pero ninguno recuerda casi nada salvo que cada uno cree que tiene un don divino. Por eso están aquí. Tienen esquizofrenia.
Los días transcurrían y yo vigilaba y atendía a los pacientes.  Me fascinaba de alguna forma lo especiales que eran en sus personalidades y me intrigaba su forma de ver el mundo.
-Erika. Te llamas así, ¿verdad? -“El gran dictador” se me acercó muy serio mirándome desde su gran altura de dos metros, como si fuera una hormiga que estaba a punto de pisar.
-Sí -dije algo temblorosa y mirándolo con algo de miedo y timidez a la vez.- ¿Necesita usted algo?
-Usted me cree, ¿verdad? He visto cómo nos mira. He visto toda la atención que nos presta. Usted tiene que saber lo que somos…
-No sé a qué se refiere… eh Señor…
-No recuerdo mi nombre, ¿tú lo sabes? Sí... creo que sí lo sabes. Sabes el mío y el del resto -Le miré extrañada y pensativa, y creí por un momento que iba a aplastarme y convertirme en una Erika fosilizada.- Ninguno estamos locos, ¿sabes? Fuimos algo antes. Antes de que tú nacieras, antes de que incluso Grecia existiera. ¿Te das cuenta? -se acercó más a mí y por un momento vi en sus ojos azules y penetrantes el cielo en sus pupilas.
- ¡Heleniii! ¡Necesito ayuda! -“El gran dictador” me miró y meneó la cabeza a ambos lados desilusionado. Chasqueó la lengua un par de veces y se marchó.
-¿Qué ha pasado? -Heleni me miró angustiada.
-Nada. Ya se ha marchado -inconscientemente me quedé mirando a ese señor que me imponía tanto y seguí observando al grupo en los siguientes días. Como si fuera una serie a la que estuviera enganchada.
Pasaban los días y aunque no creí estar volviéndome loca, “los decálocos” me recordaban a alguien, o a algo de lo que había oído hablar, quizá, pero no sabía exactamente qué era. ¿A qué se refería “El gran dictador”? ¿Tendría razón y en alguna parte de mí yo sabría quiénes son en realidad? ¿O quizá me esté volviendo loca y acabe compartiendo sala con ellos?  
-Buenas noches chicas -me despedía de mis compañeras en el vestuario con ojeras que me llegaban hasta el suelo.
-Que descanses Erika -dijeron casi al unísono.
No me costó dormirme. Llevaba varias semanas con mucho ajetreo en el trabajo y a pesar de estar rodeada de locos, todavía rondaba en mi cabeza lo que “El gran dictador” me dijo. Y con ese pensamiento me quedé dormida.
Estaba sola en el jardín del sanatorio. Corría en busca de algo o alguien. Corría y corría pero no avanzaba. Otra escena: “los decálocos” me miran fijamente desde su sala, como si me hubieran estado esperando. Pero se dan la vuelta como si no estuviera allí. Sentados formando medio círculo, hablaban sobre Grecia y los hombres, sobre su poder extinto en la tierra, sobre leyendas terrenales que hablaban de ellos, los di…
Me levanté sobresaltada antes de que sonara mi despertador. Exaltada y nerviosa me vestí rápidamente y lo vi claro. Corrí hacia la sala de “los decálocos”.
–¡Ya sé quiénes sois!
-¿Quiénes? -me pregunta “El gran dictador”.- Me da miedo decirlo porque ya no sé si yo también estoy loca.
-Dilo Erika, dilo.
-¿Qué hacéis? –Heleni interrumpió la conversación mientras me miraba desde el umbral de la puerta con los ojos entornados.

“El gran dictador” me miró, sonrió y me indicó con su mirada que mirara a su dedo. De su última falange podía atisbar una luz chispeante y azul. 

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